El sábado pasó por el LAVA de Valladolid el último montaje de la compañía Animalario, sobre una obra del británico Harold Pinter. Esta es la crítica publicada en ABC (CyL) el 13/11/2012: Atrapados
“El montaplatos” de Harold
Pinter. Traducción: Alberto San Juan. Dirección: Andrés Lima. Compañía:
Animalario. Intérpretes: Guillermo Toledo, Jesús Barranco. Sala Concha Velasco. LAVA. Valladolid.
Julia Amezúa
Harold
Pinter (1930-2008) escribió “El montaplatos” en 1959, una pieza en un acto en
la que ya se reconocen los rasgos de su teatro: personajes encerrados y
amenazados por el exterior (el piso superior en este caso), el absurdo y el
lenguaje de quienes para evitar la comunicación con el otro, recurren a
diálogos sobre asuntos banales, como las noticias del periódico (una niña mató
un gato) o el estado de la vajilla, con frases inacabadas, repeticiones y
discusiones como el empeño de Gus en aclarar si la cafetera se pone o se enciende.
Progresivamente, conocemos que estos dos personajes atrapados como escarabajos
en un agujero con dos camastros, una cocina sin gas y un baño con una cisterna
que no funciona, son asesinos a sueldo que aguardan órdenes de un superior. En
esta ratonera claustrofóbica, la espera es insufrible y ambos se ponen
nerviosos: rebullen entre sábanas sucias y se pelean, hasta que irrumpen
sucesos absurdos, como las cerillas que alguien de fuera arroja o los pedidos
de comida que llegan en el montaplatos. ¿Quién es el misterioso hombre o la
misteriosa organización que mueve los hilos? Pinter no lo dice; pero sí queda
claro que estos hombres no son libres y ni siquiera se plantean serlo. Solo
Gus, en apariencia el más dependiente, muestra cierto despertar en sus preguntas:
¿quién está arriba?, ¿qué quiere?, ¿por qué se encuentran en ese lugar? Sin
embargo, tampoco es capaz de rebelarse e incluso permite que Ben le maltrate.
Animalario
resuelve la puesta en escena en hora y veinte minutos con la marca estética de sus
últimos trabajos: la escenografía sobria con el plástico negro que envuelve el
escenario, incluidas las butacas de las primeras filas, y dos actores que se
baten a duelo y consiguen transmitir una tensión y agresividad crecientes. La
luz y el sonido se encargan de mostrar el siniestro montaplatos y de sugerir la
lobreguez del sótano (la gota de agua del grifo mal cerrado, los ruidos de
cañerías). Barranco y Toledo se compenetran y transmiten el horror de su
situación, sin que al espectador se le caiga la sonrisa de la boca. Aforo lleno
y muchos aplausos.
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